Hace ya algunos días, con unas cuantas horas de diferencia,
recibí dos llamadas en la sede de GUADAMATILLA, para preguntarme por dos
cuestiones, que parecen muy dispares entre sí, pero que, en última instancia,
tienen un nexo común.
La primera la hacía A. G. y planteaba la siguiente cuestión:
los propietarios de un coto colindante con una finca suya le habían notificado
que iban a soltar 4.000 perdices de granja en el coto y necesitaban saber si,
como vecino del mismo, se oponía a ello. A. G. preguntaba si era perjudicial
para él la suelta de las perdices. La conversación fue larga, pues nos
conocemos desde hace mucho tiempo y, al final, se termina hablando de lo divino
y lo humano. En síntesis, le vine a decir que no podía darle una respuesta ni
positiva ni negativa, pues carecía de datos que permitieran saber si la suelta
de perdices de granja es beneficiosa o perjudicial tanto para el coto como para
las fincas aledañas. Pero añadí (y ahí se prolongó la conversación) que,
teniendo en cuenta los procesos (aunque sólo sean los más simples) que operan
en la naturaleza, creía o podía aventurar la hipótesis de que no tuviera ningún
beneficio para el coto (salvo disparar unos cuantos tiros a aves de granja) y
que, por el contrario, tal vez pudiera acarrear perjuicios como la introducción
de variedades genéticamente distintas a las autóctonas, de enfermedades o,
incluso, un transitorio incremento de algunos depredadores oportunistas ante
tamaña oferta de carne fácil. Pero, le repetí, sólo es una impresión, no tengo datos que permitan validar o refutar estas
hipótesis.
La segunda llamada la hacía M. L. C. y planteaba otra
cuestión muy distinta: algún ganadero le había dicho que había muchas más
cigüeñas que antes y que además se quedan durante el invierno aquí, con lo que
depredan sobre pollos de perdices (no es este el nexo de unión) y otras
especies. M. L. C. quería saber qué podía haber de cierto en todo ello. En ese
momento estaba consultando unos datos de distribución de una especie en Los
Pedroches y parece que tenía un ataque de “rigor
científico”, por lo que me temo que mis respuestas no fueron todo lo
amables que debieran haber sido. Es más, mis respuestas se convirtieron en
preguntas: ¿qué consideraba muchas?, ¿cómo sabía que había más que antes’, ¿qué
período temporal incluía ese antes?, ¿en qué zonas había más cigüeñas que
antes?, ¿cómo sabía que las cigüeñas depredaban sobre otras aves?, ¿cómo sabía
que esa posible depredación repercutía negativamente sobre las poblaciones de
presas? Ante tal avalancha de preguntas por mi parte, M. L. C. (creo que de
forma muy paciente) me contestó que
pensaba que se trataba de simples impresiones.
Le dije que teníamos datos de que efectivamente la población de cigüeña
blanca había aumentado respecto a la que había en Los Pedroches a mediados de
los años 80 (tenemos datos y algún artículo publicado sobre ello), pero que no
se podía saber si esto ha sido perjudicial o no y, sobre todo, que los datos
que se poseen es que en la dieta de la cigüeña blanca no entran en una
proporción significativa otras aves, tales como perdices.
Si nos fijamos en la negrita, vemos que el nexo de unión
entre dos cuestiones tan dispares está en la palabra impresión, es decir: Opinión, sentimiento, juicio que algo o alguien suscitan, sin que,
muchas veces, se puedan justificar (diccionario de la
RAE)
En el campo de la biología, de la historia
natural, es muy frecuente dejarse llevar por simples impresiones, e incluso
tomar decisiones basándose en ellas. Aunque pocos se atreven a
hablar de física, matemáticas o astronomía, por ejemplo, en el campo de la
historia natural, todo el mundo puede opinar y además sustentar de forma
categórica sus opiniones, descalificando, incluso, a las de profesionales e
investigadores de la materia. Se pretende y hasta se pontifica que lo que son
simples impresiones, basadas muchas
veces en observaciones dispersas, cuando no sesgadas o interesadas, sirvan como
justificación para construir una “realidad” a medida de nuestros intereses. El
hablar basándose en impresiones está bien para una charla entre amigos, para
conversaciones entre tertulianos o incluso para rellenar textos de políticos verborreicos; pero no pueden ser la
justificación para abordar proyectos o acciones, que puedan terner cierta transcendencia.
Son numerosos los ejemplos en los que a partir
de impresiones, de datos sin contrastar, han surgido iniciativas que luego se
han demostrado nefastas o perjudiciales para ecosistemas, especies,
poblaciones: se ha adjudicado la muerte de ganado a lobos, allí donde no había
lobos; se ha convertido en depredadores habituales a carroñeros; se ha
adjudicado la transmisión de enfermedades a especies que no actúan como
vectores de transmisión de los parásitos en cuestión; se han introducido
especies foráneas; han aumentado los depredadores porque los sueltan (hasta se
han visto avionetas que han soltado víboras ¡en paracaídas!); los depredadores
acaban con las especies cinegéticas (hasta el vejete del anuncio de Vodafone
sabe que esto es irreal cuando dice al joven sentado a su lado y provisto de
una tableta: no te molestes, los zombis
acaban con los humanos y se mueren de hambre), etc., etc. Y todo ello,
puesto negro sobre blanco incluso, sin que haya mediado ningún estudio
riguroso, sólo basándose en palabras, en supuestos, en impresiones.
Pero resulta que esas simples observaciones que desencadenan
unas impresiones pueden ser tremendamente útiles y servirnos para conocer, paradójicamente,
la realidad. Tiene algo que ver lo
anterior con lo escrito por Juan Bautista Carpio en la entrada de su blog
titulada: De historia y novela histórica. La diferencia
entre construir una base de “conocimiento”
a base de simples observaciones o impresiones y tratar de conocer la realidad
está en el uso de una metodología correcta, es decir, en usar el método
científico. Igualmente, como dice Juan Bautista, “si la novela histórica cumple
una adecuada función de difusión de la Historia”, esas impresiones, que posiblemente
han nacido de observaciones, pueden transformarse en puntos de partida para
interesarnos por nuestro entorno natural o los procesos que ocurren en él, por
ejemplo. Simplemente cambiando algún verbo o el tipo de oración, esa afirmación
puede convertirse en el inicio de un proceso que sigue los pasos del método científico;
sólo hay que tener en cuenta que habrá que recoger unos datos o, sencillamente, documentarse, y que si queremos dar un paso más, para completar el
proceso, habrá que analizarlos y extraer una conclusión. Si nos remitimos a los
ejemplos con los que comenzábamos esta entrada, vemos que esto es posible:
tenemos la impresión de que hay más cigüeñas que “antes”, pues convertimos la
oración en una interrogativa y ya tenemos el punto de partida (la hipótesis del
método científico) para tratar de acercarnos a la realidad. La otra cuestión planteada: ¿soltar perdices de granja es
beneficioso o perjudicial para el ecosistema?, puede ser el inicio de una
investigación o de un proceso de documentación. Como veremos en una próxima
entrada, ambas cuestiones han sido estudiadas y tienen su respuesta, pero eso
sí, con el aval de un proceso de investigación.
pln