miércoles, 31 de julio de 2013

Impresión y realidad (o casi) 1



Hace ya algunos días, con unas cuantas horas de diferencia, recibí dos llamadas en la sede de GUADAMATILLA, para preguntarme por dos cuestiones, que parecen muy dispares entre sí, pero que, en última instancia, tienen un nexo común.
La primera la hacía A. G. y planteaba la siguiente cuestión: los propietarios de un coto colindante con una finca suya le habían notificado que iban a soltar 4.000 perdices de granja en el coto y necesitaban saber si, como vecino del mismo, se oponía a ello. A. G. preguntaba si era perjudicial para él la suelta de las perdices. La conversación fue larga, pues nos conocemos desde hace mucho tiempo y, al final, se termina hablando de lo divino y lo humano. En síntesis, le vine a decir que no podía darle una respuesta ni positiva ni negativa, pues carecía de datos que permitieran saber si la suelta de perdices de granja es beneficiosa o perjudicial tanto para el coto como para las fincas aledañas. Pero añadí (y ahí se prolongó la conversación) que, teniendo en cuenta los procesos (aunque sólo sean los más simples) que operan en la naturaleza, creía o podía aventurar la hipótesis de que no tuviera ningún beneficio para el coto (salvo disparar unos cuantos tiros a aves de granja) y que, por el contrario, tal vez pudiera acarrear perjuicios como la introducción de variedades genéticamente distintas a las autóctonas, de enfermedades o, incluso, un transitorio incremento de algunos depredadores oportunistas ante tamaña oferta de carne fácil. Pero, le repetí, sólo es una impresión, no tengo datos que permitan validar o refutar estas hipótesis.
La segunda llamada la hacía M. L. C. y planteaba otra cuestión muy distinta: algún ganadero le había dicho que había muchas más cigüeñas que antes y que además se quedan durante el invierno aquí, con lo que depredan sobre pollos de perdices (no es este el nexo de unión) y otras especies. M. L. C. quería saber qué podía haber de cierto en todo ello. En ese momento estaba consultando unos datos de distribución de una especie en Los Pedroches y parece que tenía un ataque de “rigor científico”, por lo que me temo que mis respuestas no fueron todo lo amables que debieran haber sido. Es más, mis respuestas se convirtieron en preguntas: ¿qué consideraba muchas?, ¿cómo sabía que había más que antes’, ¿qué período temporal incluía ese antes?, ¿en qué zonas había más cigüeñas que antes?, ¿cómo sabía que las cigüeñas depredaban sobre otras aves?, ¿cómo sabía que esa posible depredación repercutía negativamente sobre las poblaciones de presas? Ante tal avalancha de preguntas por mi parte, M. L. C. (creo que de forma muy paciente)  me contestó que pensaba que se trataba de simples impresiones. Le dije que teníamos datos de que efectivamente la población de cigüeña blanca había aumentado respecto a la que había en Los Pedroches a mediados de los años 80 (tenemos datos y algún artículo publicado sobre ello), pero que no se podía saber si esto ha sido perjudicial o no y, sobre todo, que los datos que se poseen es que en la dieta de la cigüeña blanca no entran en una proporción significativa otras aves, tales como perdices.
Si nos fijamos en la negrita, vemos que el nexo de unión entre dos cuestiones tan dispares está en la palabra impresión, es decir: Opinión, sentimiento, juicio que algo o alguien suscitan, sin que, muchas veces, se puedan justificar (diccionario de la RAE)
En el campo de la biología, de la historia natural, es muy frecuente dejarse llevar por simples impresiones, e incluso tomar decisiones basándose en ellas. Aunque pocos se atreven a hablar de física, matemáticas o astronomía, por ejemplo, en el campo de la historia natural, todo el mundo puede opinar y además sustentar de forma categórica sus opiniones, descalificando, incluso, a las de profesionales e investigadores de la materia. Se pretende y hasta se pontifica que lo que son simples impresiones, basadas muchas veces en observaciones dispersas, cuando no sesgadas o interesadas, sirvan como justificación para construir una “realidad” a medida de nuestros intereses. El hablar basándose en impresiones está bien para una charla entre amigos, para conversaciones entre tertulianos o incluso para rellenar textos de políticos verborreicos; pero no pueden ser la justificación para abordar proyectos o acciones, que puedan terner cierta transcendencia.
Son numerosos los ejemplos en los que a partir de impresiones, de datos sin contrastar, han surgido iniciativas que luego se han demostrado nefastas o perjudiciales para ecosistemas, especies, poblaciones: se ha adjudicado la muerte de ganado a lobos, allí donde no había lobos; se ha convertido en depredadores habituales a carroñeros; se ha adjudicado la transmisión de enfermedades a especies que no actúan como vectores de transmisión de los parásitos en cuestión; se han introducido especies foráneas; han aumentado los depredadores porque los sueltan (hasta se han visto avionetas que han soltado víboras ¡en paracaídas!); los depredadores acaban con las especies cinegéticas (hasta el vejete del anuncio de Vodafone sabe que esto es irreal cuando dice al joven sentado a su lado y provisto de una tableta: no te molestes, los zombis acaban con los humanos y se mueren de hambre), etc., etc. Y todo ello, puesto negro sobre blanco incluso, sin que haya mediado ningún estudio riguroso, sólo basándose en palabras, en supuestos, en impresiones.
Pero resulta que esas simples observaciones que desencadenan unas impresiones pueden ser tremendamente útiles y servirnos para conocer, paradójicamente, la realidad. Tiene algo que ver lo anterior con lo escrito por Juan Bautista Carpio en la entrada de su blog titulada: De historia y novela histórica. La diferencia entre  construir una base de “conocimiento” a base de simples observaciones o impresiones y tratar de conocer la realidad está en el uso de una metodología correcta, es decir, en usar el método científico. Igualmente, como dice Juan Bautista, “si la novela histórica cumple una adecuada función de difusión de la Historia”, esas impresiones, que posiblemente han nacido de observaciones, pueden transformarse en puntos de partida para interesarnos por nuestro entorno natural o los procesos que ocurren en él, por ejemplo. Simplemente cambiando algún verbo o el tipo de oración, esa afirmación puede convertirse en el inicio de un proceso que sigue los pasos del método científico; sólo hay que tener en cuenta que habrá que recoger unos datos o, sencillamente, documentarse, y que si queremos dar un paso más, para completar el proceso, habrá que analizarlos y extraer una conclusión. Si nos remitimos a los ejemplos con los que comenzábamos esta entrada, vemos que esto es posible: tenemos la impresión de que hay más cigüeñas que “antes”, pues convertimos la oración en una interrogativa y ya tenemos el punto de partida (la hipótesis del método científico) para tratar de acercarnos a la realidad. La otra cuestión planteada: ¿soltar perdices de granja es beneficioso o perjudicial para el ecosistema?, puede ser el inicio de una investigación o de un proceso de documentación. Como veremos en una próxima entrada, ambas cuestiones han sido estudiadas y tienen su respuesta, pero eso sí, con el aval de un proceso de investigación.
pln