miércoles, 22 de octubre de 2014

Un paisaje en cuatro tiempos



Primavera
          Antes que los últimos fríos se retiren en estos días espléndidos, se inaugurará en la fronda la fiesta de los pájaros estrenando las mañanas, y abrirán, al calor de las solanas,  las primeras flores valientes. Todo invita al exterior, pues todo es espectáculo. En el monte y en la ribera, los árboles tienen el ropaje verde tímido  de las primeras hojas nuevas. El Cuzna se ha olvidado de sus quebrantos y discurre limpio. Ha comenzado la olorosa vegetación de los regajos a emitir sus avisos a la vida, en un ir y venir de sutiles zumbidos. El sol no aturde y aún quedan muchos días de paseos y de hermosura en este devenir de cambios, de colores, temperaturas, eclosiones frustradas y pájaros ateridos. Hasta los aguaceros de Abril serán bienvenidos, retardarán  el verdor del suelo y el fluir de los arroyos, mientras en los olivos, la floración abundante se irá acomodando al tiempo que haga en promesa de cosecha incierta.
         Es mediodía, tiempo de buscar la sombra, aquí, en el mirador, bajo el pino y el olivo tendremos lectura,  charla, vino…
 
          Verano
          Un manto de silencio ha caído en la sierra y ha sumido el olivar en una dilatada siesta; los verdes de la arboleda son ya definitivos, el pasto seco y en medio los olivos, que entre el verde plomo y el verde plata, van absorbiendo las últimas humedades del subsuelo. Todo espera lentamente, y en las solitarias horas del día, sólo en dos tiempos se vive, las primeras de la mañana y las últimas de la tarde, en medio, la chicharra nos retira a la penumbra de la casa.
             ¡Pero las noches! Las mejores noches de verano son las de Julio en la sierra, al fresco, junto a la casa; y ahí cerca todo está despierto. Traspone el jabalí a la baña, anda el ciervo a sus correrías, el raposo caza, las aves nocturnas no paran. Si se afina el oído: pisadas en las piedras, riñas en el hozadero, alaridos de victimas bajo las garras… Es la hora de la vileza, del sigilo  y del aguardo, y testigo de todo un cielo estrellado.

Otoño
         Las primeras lluvias han enfriado la tierra y un halo de humedad y renovación se ha instalado en la sierra. Todo limpio, los colores se acentúan y las plantas, que han guardado de las calores sus aromas, se vuelven generosas y lo regalan. Ya se puede andar por el campo, y si es temprano se oirá al ciervo decir: ¡Aquí,  estoy yo!
         Pasadas unas semanas estrenaremos la temporada con un paseo por la linde, Los quejigos, que sobresalen de los verdes perennes  del  monte, irán cambiando al amarillo en una gradación de tonos hasta Diciembre. Dejamos atrás el pozo del álamo dorado y nos adentramos por la vereda de bóveda vegetal que sube al alto llano de los pinos; bajo el suelo de hojarasca, el mantillo, húmedo, suelto, rico. ¡Nos lo llevaríamos todo para las macetas! Las plantas de orégano nos recuerdan los preparativos de la matanza, y las altas madroñas con sus hojas de charol tienen los frutos apretados pasando del verde naranja al rojo.
        Ya estamos arriba, no nos cansamos de las vistas. Esta vez, el cielo tiene un celaje deshilachado y tenue que confunde la lejanía. Octubre.


Invierno

           La casa no está orientada al sur, se ha tenido que acomodar al terreno y al camino. Por estas fechas, nada más salir al levantarnos, el sol, rozando las ramas de los olivos cercanos, entra derramando una luz de oro que llega hasta el dormitorio, y la sala, al abrir los postigos se inunda de una claridad de domingo que despeja todo congoja y sitúa el alma en perfecta armonía con el mundo. La candela arranca, cruje, se empendola y luego, brasas para las tostadas.
         Es frecuente en estos días que las nieblas se estanquen en el valle del Cuzna y vistas desde aquí, semejen  un inmenso lago oculto. La mañana avanza, se retiran las nieblas y se encienden las tonalidades definiendo la caligrafía del paisaje, mientras se oye el vareo de los olivos en el cerro de enfrente, las esquilas de las ovejas a lo lejos, y  a mediodía, en la limpidez del aire, destacan de la espesura las copas desnudas desafiando el frío de Enero. 
          Por la tarde el sol se retira pronto  tras las cresta de la umbría, y antes de que deje de verse, volverán los zorzales a sus dormideros si logran traspasar la línea de traidores estampidos. Anochece, regresan los aceituneros y una larga trasnochada de candela nos reunirá en la sala.



Bonifacio Tejedor Herrero- mayo, 2014