Primavera
Antes que los últimos fríos
se retiren en estos días espléndidos, se inaugurará en la fronda la fiesta de
los pájaros estrenando las mañanas, y abrirán, al calor de las solanas, las primeras flores valientes. Todo invita al
exterior, pues todo es espectáculo. En el monte y en la ribera, los árboles
tienen el ropaje verde tímido de las
primeras hojas nuevas. El Cuzna se ha olvidado de sus quebrantos y discurre
limpio. Ha comenzado la olorosa vegetación de los regajos a emitir sus avisos a
la vida, en un ir y venir de sutiles zumbidos. El sol no aturde y aún quedan
muchos días de paseos y de hermosura en este devenir de cambios, de colores,
temperaturas, eclosiones frustradas y pájaros ateridos. Hasta los aguaceros de
Abril serán bienvenidos, retardarán el
verdor del suelo y el fluir de los arroyos, mientras en los olivos, la
floración abundante se irá acomodando al tiempo que haga en promesa de cosecha
incierta.
Es mediodía,
tiempo de buscar la sombra, aquí, en el mirador, bajo el pino y el olivo
tendremos lectura, charla, vino…
Verano
Un manto de silencio ha caído en la sierra y ha sumido el olivar
en una dilatada siesta; los verdes de la arboleda son ya definitivos, el pasto
seco y en medio los olivos, que entre el verde plomo y el verde plata, van
absorbiendo las últimas humedades del subsuelo. Todo espera lentamente, y en
las solitarias horas del día, sólo en dos tiempos se vive, las primeras de la
mañana y las últimas de la tarde, en medio, la chicharra nos retira a la
penumbra de la casa.
¡Pero
las noches! Las mejores noches de verano son las de Julio en la sierra, al
fresco, junto a la casa; y ahí cerca todo está despierto. Traspone el jabalí a
la baña, anda el ciervo a sus correrías, el raposo caza, las aves nocturnas no
paran. Si se afina el oído: pisadas en las piedras, riñas en el hozadero,
alaridos de victimas bajo las garras… Es la hora de la vileza, del sigilo y del aguardo, y testigo de todo un cielo
estrellado.
Otoño
Las
primeras lluvias han enfriado la tierra y un halo de humedad y renovación se ha
instalado en la sierra. Todo limpio, los colores se acentúan y las plantas, que
han guardado de las calores sus aromas, se vuelven generosas y lo regalan. Ya
se puede andar por el campo, y si es temprano se oirá al ciervo decir: ¡Aquí, estoy yo!
Pasadas
unas semanas estrenaremos la temporada con un paseo por la linde, Los quejigos,
que sobresalen de los verdes perennes del
monte, irán cambiando al amarillo en una
gradación de tonos hasta Diciembre. Dejamos atrás el pozo del álamo dorado y
nos adentramos por la vereda de bóveda vegetal que sube al alto llano de los
pinos; bajo el suelo de hojarasca, el mantillo, húmedo, suelto, rico. ¡Nos lo
llevaríamos todo para las macetas! Las plantas de orégano nos recuerdan los
preparativos de la matanza, y las altas madroñas con sus hojas de charol tienen
los frutos apretados pasando del verde naranja al rojo.
Ya
estamos arriba, no nos cansamos de las vistas. Esta vez, el cielo tiene un
celaje deshilachado y tenue que confunde la lejanía. Octubre.
Invierno
La
casa no está orientada al sur, se ha tenido que acomodar al terreno y al
camino. Por estas fechas, nada más salir al levantarnos, el sol, rozando las
ramas de los olivos cercanos, entra derramando una luz de oro que llega hasta
el dormitorio, y la sala, al abrir los postigos se inunda de una claridad de
domingo que despeja todo congoja y sitúa el alma en perfecta armonía con el
mundo. La candela arranca, cruje, se empendola y luego, brasas para las
tostadas.
Es
frecuente en estos días que las nieblas se estanquen en el valle del Cuzna y
vistas desde aquí, semejen un inmenso
lago oculto. La mañana avanza, se retiran las nieblas y se encienden las
tonalidades definiendo la caligrafía del paisaje, mientras se oye el vareo de
los olivos en el cerro de enfrente, las esquilas de las ovejas a lo lejos, y a mediodía, en la limpidez del aire, destacan
de la espesura las copas desnudas desafiando el frío de Enero.
Por
la tarde el sol se retira pronto tras
las cresta de la umbría, y antes de que deje de verse, volverán los zorzales a
sus dormideros si logran traspasar la línea de traidores estampidos. Anochece,
regresan los aceituneros y una larga trasnochada de candela nos reunirá en la
sala.
Bonifacio Tejedor Herrero- mayo, 2014