Hace unos meses empecé a releer (tendría que decir mejor leer, pues antes sólo veía las ilustraciones) de forma intermitente esta obra, que ahora tengo en casa. Me llamaron la atención las primeras páginas de la Introducción. Me permito escoger unos cuantos párrafos incompletos de dicha Introducción, los que hacen referencia a las causas que dieron origen a la I Guerra Mundial.
“La HISTORIA de lo que llamamos “civilización” estudia principalmente una serie de épocas o períodos históricos, marcados por tal intensidad de acción y cambios tan profundos que sus efectos tienen carácter permanente. Dichos efectos conviértense, a su vez, en causas, originando nuevos acontecimientos y nuevas transformaciones…
De aquel intenso período [se refiere al de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX] emergió la democracia representativa típica… De aquel período brotaron los ideales modernos de vida local, nacional e internacional… Los inventos y descubrimientos se volvieron asimismo agentes reconocidos del progreso social; y en virtud de tales factores, las naciones civilizadas conquistaron en el espacio de un siglo la emancipación económica…
Desgraciadamente, sin embargo, las grandes fuerzas del progreso humano estimuladas en aquel período de revoluciones, no se desarrollaron en proporción uniforme. Una de aquellas fuerzas, la educación universal, acentuó la devoción al idioma, la historia, los ideales y las aspiraciones nacionales…
…En los tiempos de la guerra franco-prusiana, 1870-71, la población alemana era apenas de poco más de cuarenta millones. En aquellos tiempos la industria alemana no había alcanzado grado tan alto de desarrollo como la de Inglaterra o Francia. Pero el nuevo imperio alemán adoptó el sistema de fomentar la ecuación técnica y científica y desarrollar la industria… El éxito de tal política fue tan grande que Alemania pudo competir cada vez más ventajosamente y en todo el mundo…”
Me llamaron la atención porque esto último contrasta con el conjunto de cartas y escritos de diversa índole que, pocos años antes de la publicación de la obra a la que me refiero, había producido D. Miguel de Unamuno y que se pueden resumir en la famosa frase: ¡Que inventen ellos!
Ahora, un siglo después, no un literato sino los políticos, podrán dejar una nueva frase para la posteridad: ¡Qué investiguen ellos! No puede ser otra su pretensión, teniendo en cuenta la escasa cuantía dedicada “tradicionalmente” en este país a la investigación y los últimos recortes de 600 millones de euros en este capítulo.
pln